Llegó temprano a casa aquel día, y se recostó sobre mi, se acurrucó en mis brazos como una cría, le besé los párpados, la nariz y los labios; le acaricié los senos y el vientre; y la cobijé con un cariño que creí extraviado.
Pasé los siguientes días a su lado, como quien se desvive por un sueño, como quien se desvive por un sueño infértil. Por instantes quise abandonarla, por el cafecito y el cigarrito, por el alcohol y las drogas, por el murmullo y el tráfico. Sin embargo se aferró a mi, a las memorias, a las dulzuras del cigarrito personal, de las reflexiones a luna llena, de los lamentos al viento. No hay más sinceridad que desnudarse frente a un espejo, y nada le deleitaba más que verme desnudo y herido como un perro cojo.
¿Será que le ofrecí más de lo que quería darle?
Y en sus ojos vi el engaño de la sotana y el látigo, ofreciendo nada, mas que un reposo para mis vicios y mis demonios terrenales. Pero sin acallarlos, sin enmudecerlos.
"Prométeme el cielo o la vida eterna si pudieras, cariño."
Ahora me aborda el frío entre la sequedad jaliscence. Aún permanece recostada sobre mis brazos esta pérfida hija del tedio. Como diría Sabina: aquella amante inoportuna, que se llama Soledad.
Tantos detalles sobre asuntos insignificantes
jueves, 25 de marzo de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
de mis favoritos,
para dime poesía =)
D.
Publicar un comentario